«Memoria», por Apichatpong Weerasethakul

«Memoria», por Apichatpong Weerasethakul

Cientos de diminutas luces parpadean en la vasta oscuridad. Algunos de los destellos llegan desde los barcos invisibles, de barcos que navegan en silencio.

Sobre ellos, el cielo está lleno de luces. Las estrellas y las luces artificiales se ven idénticas, por lo que el horizonte parece desvanecerse.
Más cerca, más allá de la ventana curva, hay una luz intermitente en el ala de un avión. Esta vista debe ser similar a la de una nave espacial en un largo viaje, en un tiempo desconocido.
“Para ser libre hay que separarse de todo, incluso de las propias vivencias”, – me dijo un hombre mientras caminaba por las calles de Cartagena. Dijo que era de Francia, pero me habló en mi idioma, tailandés.
Me apresuraba a asistir a una proyección, y pensé que él debió haber leído algo en mi mente sobre la posibilidad de huir.
Entré en un centro comercial, y me encontré con una fila de personas frente a un cine.
Imagino un guion en el que Jessica Holland, un personaje comatoso de I walked with a zombie, de Jacques Tourneur (1), se despierta.
Se encuentra en Bogotá, atraída por un sueño o un trauma que no recuerda. Camina, se sienta y escucha. En su breve viaje por Sudamérica lleva en sí la melancolía del extranjero. Sonidos clandestinos a distancia se hacen eco a través de la tierra.
Todavía envuelta en la niebla de la película de 1943, la protagonista escucha el retumbar de los tambores vudú.
La animan a caminar y a formar parte de un ritual.
Por un segundo, se pregunta si todavía está en esa película, acostada en la cama, abriendo los ojos de un sueño. Luego, como en la noche anterior, el eco la conduce hacia el oscuro océano.
Me sorprendió el sonido de una explosión. Fue una bomba, cayendo, no en el exterior sino dentro de mi cabeza. Esto, según supe, se llama síndrome de la cabeza explosiva. Se siente como si alguien rompiera una banda elástica dentro del cráneo. Tu cráneo parece estar hecho de metal. El inmenso ruido reverbera en el cerebro, pero en lugar de despertar por completo, te sumerge en un estado semiconsciente, escuchando, anticipando.
Después de varias mañanas, el ataque se había transformado en un extraño placer. El «bum” arrojó su estruendo en mi cabeza, y le di la bienvenida. Pronto me familiaricé con su ritmo. Fui capaz incluso de iniciarlo y transformarlo en diferentes tonos, como un director de orquesta o un adiestrador de animales.
Este compañero sónico emergió obedientemente al amanecer y me incitó a escuchar el sonido de la ciudad.
Mientras miramos dentro de la cabeza de Jessica, vemos las montañas con sus pliegues y arroyos que imitan los pliegues del cerebro o las curvas de las ondas sonoras.
Sus pasos hacen que el terreno interior se infle y tiemble, generando deslizamientos de tierra y terremotos.
Desde la distancia solo vemos a una mujer caminando.
Pasa por el Parque de los Periodistas y toma una foto.
Durante años, solía despertarme descansado después de tres horas de sueño. Luego entré en una etapa de deriva, en la que los guiones iban y venían. No era un sueño típico porque en él no hacía más que ser un espectador. Unas horas más tarde, al amanecer, llegó el estallido como una segunda llamada de atención. El placer de la explosión se expandió hacia atrás para ser incluido en el terreno a la deriva que ahora sentía como un mundo subterráneo.
Las imágenes eran tenues, como si estuvieran en una etapa de decadencia. La lógica no era fácilmente comprensible. El tiempo aminoraba su velocidad. ¿Era este sentimiento como intervenir en los recuerdos de otras personas, o como hacer una película en un país extranjero?
Poseer frente a estar poseído: un estado de equilibrio que se alcanzaba al eliminar el yo, cuando la nada podía significar la libertad. Quizás ésta fue la respuesta a todo, incluida a la migración de Jessica-Tilda.
En Bogotá y a 300 km, en Pijao, mientras hacía Memoria, el “bum” matutino desapareció. Con él, ese precioso, turbio, espacio a la deriva se fue.
Para bien o para mal, pude dormir siete horas por noche.
Esta fue otra respuesta.
Apichatpong Weerasethakul
 
(1) Yo anduve con un zombi, 1943
Traducción y adaptación del prólogo al libro Memoria, de Apichatpong Weerasethakul, editado por Fireflies press, septiembre 2021.