«EAMI», de Paz Encina, Premio de la Competición (TIGER AWARD) de Festival de Cine de Rotterdam

«EAMI», de Paz Encina, Premio de la Competición (TIGER AWARD) de Festival de Cine de Rotterdam

EAMI es la historia del pueblo Ayoreo Totobiegosode contada desde el trance causado por el dolor y la sanación en la voz de una niña que posibilita una mirada atemporal y omnisciente, y que, entre documental y ficción, se convierte en la narradora de la historia. Eami significa selva y mundo.

En su camino al exilio, la niña recopila recuerdos, escucha las voces de sus abuelos guiada por uno de sus amigos animales, el lagarto. Él sabe que Eami ha de abandonar la selva. Ha de abandonar todo tras ella, no morirá allí. Asojá, la diosa-pájaro que trae los recuerdos del pasado, presente y futuro, vuela, y como Eami, sobrevuela su territorio por última vez, el Chaco paraguayo, un territorio con la tasa de deforestación más alta del mundo: 25000 hectáreas desaparecen cada mes, 841 al día, 35 a la hora…
Es extraño que aún sobreviva, y si lo hace, es gracias a la reserva que los Totobiegosode obtuvieron por ley.
Llaman a este lugar Chaidí, que significa “lugar ancestral” o “el lugar donde hemos estado siempre”, y que actualmente pertenece al Patrimonio natural y cultural de los Ayoreo Totobiegosode.
EAMI es la historia de un éxodo, es la memoria de un pueblo que tuvo que abandonar su lugar de origen, un bosque cada vez más pequeño, para convertirse en “coñone”, una palabra ayorea que significa “insensible» o «insensato” y que los Totobiegosode usan para definirnos.
La directora relata que cuando comenzó a trabajar en su película EAMI, tenía la intención de hacer una película sobre el amor. Acababa de terminar un film sobre el exilio, la opresión y la desaparición (Ejercicios de Memoria, su segundo largometraje), y sintió la necesidad de hacer una película sobre el amor.
Habló con su amigo José Elizeche, traductor intercultural de las comunidades nativas del Chaco paraguayo, quien le dijo: “Tengo la historia que estás buscando”
«Me llevó hasta el Chaco para reunirme con los Ayoreos Totobiegosode. Allí conocí a personas desplazadas, que sufrían un profundo dolor, que defendían su tierra y que habían perdido a sus seres queridos. Me contaron historias. Por un segundo, sentí, que ya las conocía, de un modo profundo. Hubo una conexión inmediata. Quizás porque mi padre tuvo que exiliarse, quizás porque desde niña viví la experiencia de la opresión, siendo la hija de un opositor a una dictadura tan feroz como la de Alfredo Stroessner. Cuando volví de Chaidí, la comunidad Totobiegosode, supe que era esa historia.
Durante dos años trabajé con ellos, recopilando sus recuerdos, me dieron palabras…, palabras…, palabras…
Fue en nuestro tercer año juntos cuando pregunté a uno de sus líderes cómo expresaban el amor. En la comunidad, durante el tiempo que pasamos juntos, vi que no se tocaban, ni se besaban, ni abrazaban.
Tagüide, un joven líder, me contestó: “expresamos el amor con palabras. Para nosotros, todo se cura mediante el amor en palabras”
Sólo entonces pude comprender que aquello era el destino. Hablar de amor, pero de nuevo, hablar sobre el exilio, la injusticia y la opresión, y cómo actuar para lograr que el estado de Paraguay hoy les devuelva su tierra, protegiéndola de la deforestación, y garantizando su protección para que los Totobiegosode puedan continuar viviendo por sí mismos.
El contexto en el que se desarrolla el film es el desplazamiento forzoso de los Ayoreos Totobiegosode, un pueblo que habitaba al norte del Chaco paraguayo, a causa de una de las deforestaciones más brutales e incontroladas del mundo. Las empresas usan la tierra para ganadería y el contrabando de madera, a lo que se añade la explotación de la población indígena como fuerza de trabajo barata.
En la actualidad, más de 25000 hectáreas de selva se cortan cada mes. Después de 20 años de batallas legales, los Ayoreos Totobiegosode lograron obtener del estado de Paraguay la propiedad de una granja de 18.000 hectáreas que es parte de su patrimonio cultural.

Pero la lucha no ha terminado porque la deforestación continua, el éxodo sigue en aumento y su lengua y costumbres, e incluso sus habitantes están en peligro de extinción.

Una película extraordinaria, donde la expresión del trance doloroso de la persecución y el éxodo que definía la propia directora al comienzo de estas líneas se manifiesta en el abandono de los pilares que sustentan la vida de este pueblo ayoreo:  la comunión con lo sobrenatural, la permeabilidad de lo invisible, de la mirada que es preservación y memoria del mundo, del origen sonoro de todo ser viviente.
A diferencia de Eami, ¿hemos de cerrar los ojos nosotros, los insensatos, para recuperar la memoria? ¿qué imágenes preservaríamos en un universo construido al margen del mundo natural, en el «progreso» atiborrado de imágenes de toda clase y condición, tal y como citaba N.Brenez, en su texto sobre el estado del cine en 2021?
El mundo pensado como viento del que nace una canción, tan próximo a cierto pensamiento renacentista, esos sonidos y efectos de amor procedentes de la vibración luminosa del cosmos.
No se la pierdan.
Del dossier de prensa para IFFR, traducido, comentado, y adaptado para www.zinema.com