«El movimiento humanizado», por José Camón Aznar

«El movimiento humanizado», por José Camón Aznar

El movimiento tiene en el cine su máxima potenciación en cuanto se inserta en valores humanos. A pesar de las posibilidades técnicas del cine observaremos que apenas si rinden eficacia estética desvinculadas de la expresión. Los movimientos rítmicos, la significación puramente artística del fluir de las cosas, no consigue provocar emociones, ni tampoco puro placer óptico. Una vez más el cine adquiere la plenitud de su significado cuando maneja reacciones humanas. Entonces, sí. Cada actitud, cada músculo al moverse, cada trueque fisiognómico, se exalta y llena de dramatismo.

Los parlamentos en el cine siguen siendo un elemento adjetivo que se limita a subrayar el dinamismo de los protagonistas. Es tan poderoso el interés que suscitan estos tránsitos, que los grandes directores de películas consiguen que cada uno de esos movimientos alcance casi un valor simbólico. El ritmo de unos pasos, la tensión de unas manos, son elementos expresivos cargados de significación. Y es esta intensidad humana el valor eminente que el cine introduce en el complejo de las artes. Hasta el cine, lo humano era el pretexto para originar creaciones estéticas.

Se efigiaban historias, sí, pero lo que daba calidad artística a los estilos más realistas es la interpretación de esas acciones, arreglándolas artificiosamente en la composición y trasladándolas al lienzo o a la piedra con estilizaciones que alteraban sustancialmente su contextura viva.

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El Arte se superpone sobre lo humano e inmediato y su virtud y eficacia consiste precisamente en su transformación en valores estéticos.

En el cine, por el contrario, su calidad artística la consigue cuando sacrifica esos valores estéticos a la expresividad humana. Cuando ésta se destaca limpia y dominante. Cuando consigue sorprender el nervio vivo de una emoción y exponerlo en su más escueta condensación. También aquí la evolución del cine ha consistido en simplificar todo lo que no tuviera un interés expresivo. No solo podando en el actor los movimientos que no encarnaran una emoción o un estado del alma, sino restringiendo los elementos ambientales. El cine nos ha mostrado un hecho estético de la mayor importancia en la teoría de la belleza: que una forma cualquiera será tanto más real en cuanto su calidad simbólica sea mayor.

Observemos los escenarios de las viejas películas. Todas se hallan abrumadas de accesorios que tienden a reconstruir con fidelidad el ambiente del film. Y sin embargo, esa escenografía nos produce una impresión confusa, y en nada aclara ni estimula la sensación verista de la película. Al revés, le perjudica a sus cualidades emotivas.

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Algo parecido podemos decir de las concesiones a la imaginación creadora de los artistas cuando estos intervienen en la realización de una película. Sus estilizaciones y caprichos, teniendo un indudable y puro valor artístico, distraen, y hacen perder eficacia a la directa expresión humana del tema. Además, estas excursiones al puro campo de las artes plásticas, envejecen y hacen pueril a la película, que sigue la suerte tan rápidamente perecedera de las modas estéticas de hoy.

Son bastantes los ejemplos -películas en las que interviene Dalí, películas de Cocteau- que son flor de un día.

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Fragmento de «El movimiento humanizado», capítulo de La cinematografía y las artes, de José Camón Aznar. Editado por el Instituto Diego Velázquez, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1952.