«El cine existe», por Louis Delluc

«El cine existe», por Louis Delluc

Artículo publicado en Comoedia Illustré, en 1919 (1)

Ha habido tantas mentiras en estos tiempos en los que casi todos los hombres han creído combatir por la verdad que apenas nos atrevemos a afirmar lo evidente: un arte ha nacido durante la guerra.

¿Acaso no es evidente? No obstante, pocos intelectuales estarán de acuerdo. Pero llegará el tiempo en el que el cine, un arte completamente nuevo, o si lo prefieren, una nueva expresión del arte único y sin nombre se impondrá con toda su fuerza.

El solo creará, en la fusión total de los extremos, un alma unánime como no ha existido desde las coregías helénicas.

Creo, sé, que los artistas y los artesanos más opuestos y más distanciados acudirán a estos fastos rebosantes de energía. Hablo de verdaderos creadores, pensadores o investigadores. Encontrarán allí una simplicidad conmovedora en la que ha de desembocar tanto el mayor refinamiento como la pasión desbordante, algo que las otras artes irritadas han perdido de vista desde hace poco tiempo.

El virtuosismo de la literatura francesa contemporánea es suficiente como prueba de esa “falta de aire” indispensable para la expresión pura y profunda. De ahí procede quizás también la oposición de la élite francesa al cine y a sus misterios.

Los anglosajones han sido sorprendidos en menor medida por esos misterios de los que hablo. Sus libros, iluminados por no se sabe qué viento de alta mar, deforman los nuestros de un modo casi salvaje. Tampoco han sorprendido tanto a los alemanes. Pero ¿qué digo? No han sorprendido a nadie salvo a nosotros.

Hemos sido los únicos en dudar del misterio de la pantalla. El cine, en el París de antes de la guerra, era algo que hacía ganar dinero a los actores, y que divertía a las familias de Ménilmontant. El nombre “Pathé” equivalía más o menos al de Félix Potin o al de Dufayel (2). Nunca nos hubiéramos permitido un paralelismo similar con un director de teatro.

Ha pasado el tiempo y los directores de teatro han hecho todo lo posible por caer muy bajo.

Los hacedores de películas no ocupan tampoco un lugar considerable en nuestra estima, ni siquiera el señor Pathé ni otros muchos. Pero el hecho es que ya no se les ignora. Entonces, ¿existe el cine?  ¡Diantres!¡Claro que sí! Desde que ya no se sabe bien de qué debe estar hecho, se le toma en serio. Produce extrañeza, inquietud, termina por seducir, y.… existe.

Que exista no es culpa de los franceses. ¿De quién es la culpa? ¿Qué se dice cuando hay una trifulca, un robo, un atropello, dinero y una “guerra-terminada-demasiado-pronto? Se dice: “Es por culpa de los americanos”.

Bravo, y dado que el arte del cine ha sido revelado (¡otra catástrofe!), gritemos, – todos a coro, señores y queridos compañeros -: “¡Es por culpa de los americanos!”.

Si tuviera tiempo, les contaría que las primeras bobinas americanas llegaron a Francia por casualidad.

Durmieron durante meses en sus latas (hacia 1914 y 1915) mientras nuestras pantallas perpetuaban la gloria de la señorita Gabrielle Robinne, y de Rigadin (3).

La suerte quiso al fin que el director del cine Max Linder, -el señor Bernard-, viera dos o tres «Charlot» y un «Río Jim» (4) del que no se ocupaba nadie.

Unas semanas después, un público asiduo había adoptado al magnífico narrador del trágico oeste, William Hart, y al cómico más grande del mundo, y de nuestro tiempo, Charlie Chaplin.

Muy pronto, las películas de la famosa productora Triangle continuaron este despertar y le dieron sentido. El lis y la rosa, Molly, El ciclo de las almas, El altar del honor, Para salvar su raza, Los lobos, Los corsarios, La mala estrella, Ilusión, Castigos, todas ellas tendrán un gran significado en la historia del cine (5)

The Cheat (6) tendría el honor de hacer algo grande. Sin embargo, esta película es muy inferior a cualquiera de las que he nombrado. Pero es una película sagaz, en su punto. Más tarde, esta será la gran desgracia del cine francés: obras mediocres realizadas de forma brillante adquieren más importancia que algunas obras desiguales, pero cien veces más dignas del título de “obra de arte”.

En el estado actual del cine francés, sólo podemos esperar ensayos. Desconfíen, desconfíen de todo aquello que parece completado y terminado.

Los italianos, que no nos eran desconocidos, también trabajaban de forma activa. No se nos perdonó ninguna de sus películas de séquitos: Calígula, Antonio y Cleopatra, Quo Vadis?, Julio César, Cristo y otros desastres (5). No obstante, en una ocasión, esta forma fue un acierto con Cabiria, aunque después los americanos hicieron grandes espectáculos históricos y lo hicieron mejor.

De este modo los italianos decidieron renunciar a la ofensiva según parece (hablo de cine). No obstante, existe allí un cine notablemente artístico. ¿Por qué no se nos muestra? Vi El fuego, y también El fauno (6). Se trata de dos obras maestras hasta nueva orden.

Las dificultades del tiempo de guerra no han impedido seguir bien las producciones danesas, suecas, noruegas, holandesas. Han interceptado totalmente la producción rusa de la que me limitaré a señalar su inmenso valor.

En cuanto a las producciones alemanas, hemos tenido noticias por aquí y por allá de algunas cintas bajo bandera escandinava, pero no de las principales.

No hubiera estado mal conocer sus sacrificios, que fueron grandes: millones, talentos, bellezas; reunieron todo lo necesario para triunfar en un arte que no desconocían.

A pesar de su aislamiento relativo, inventaron grandes actores y directores con estilo. Un tal Reinhardt (8) se puso en contacto con la materia cinematográfica, y salió fortalecido del encuentro. En ese mismo momento, nuestro André Antoine (9) en París pasa por un suicida de primera clase por haber hecho lo mismo.

Nada se aproxima en la fe, en la fuerza o en la vida, a la «cinegrafía» americana. Mes a mes, día a día, nos ha dejado estupefactos durante tres años. Varias páginas de este diario no serían suficientes para anotar los títulos de las obras que nos han transmitido.

Hemos visto: La que paga, La conquista del oro, Civilización, Pinturas de almas, Una aventura en New-York, Anice, granjera, Oliver Twist, David Garrick, Riqueza maldita, La deuda, Entre dos amores, El Jaguar, Tormento de amor, En el fondo de la capa, El zapato de su mujer, Un paria, Madame ¿quién?, Mickey, Charlot soldado, Una vida de perro, La caridad del pobre, Un caballero luchador, La voz de la sangre, Carmen de Klondyke (5) ¿Qué es The Cheat al lado de estas páginas abrumadoras? Y esto no es nada teniendo en cuenta todo lo que está por venir.

Aunque estas visiones inesperadas sean brillantes, sólo son la espuma de un mar en tempestad donde no se percibe el horizonte.

El horizonte será, antes de nada, un hombre.

¿Quién? Quizás no un americano.

Los compositores de las películas americanas son de primer orden, como Cecil de Mille, Mack Sennett, y D.W.Griffith, del que hemos visto la increíble Intolerancia. (10)

Por encima de ellos está Thomas. H. Ince (11) que ha interpretado o dirigido las cintas americanas más hermosas que hayan sido importadas. Lo admiro. Algunos escriben o dicen: ¿el cine americano? Está bien pensado, pero carece de alma. Vamos a ver, ¿Y qué piensan de Ince? Hay treinta y seis mil modos de mirar una película, y quizás la treinta y seis mil uno es la buena.

También se ha dicho que Thomas Ince no es el verdadero autor de las películas que llevan su nombre. ¿Qué aporta esta afirmación? El uso quiere que un nombre oculte otros nombres, -dice la historia-, como Luis XIV está hecho de sus ministros, como Napoleón sintetiza quince años de epopeya, o como Clemenceau resume la victoria ante los ojos de la buena gente.

Ya sea un único hombre o doce generales, Ince es hasta hoy la cima de la puesta en escena cinematográfica. Y aquellos que lo negaron serán castigados al no poder superarlo. Peggy, La conquista del oro, Ilusión, Mala estrella, Para salvar su raza son, entre otros, argumentos imbatibles de este conquistador que ha edificado en el desierto, y ya no existe desierto alguno.

El rey de su obra, sí, y de la obra de todos, seguro, pero no digo que sea el rey de mañana. Su descubrimiento es sólo un descubrimiento. Si tuviera genio, destruiría su propio edificio para volver a empezar. Pero, ¿quién será el Napoleón del cine?

Sólo puede serlo un hombre que se sienta ligado a su propia raza. Es cierto que encontramos hombres franceses de atavismos variados.

No vamos a entrar aquí ni en la psicología ni en la historia del cine francés. Estoy tentado de escribir: “todo esto no ha sido más que un error”. Pero sería demasiado justo, y no hay que abusar de la justicia en un terreno en el que no existen las leyes.

El hombre que en Francia se ha aproximado más a la fórmula del verdadero cine, – movimiento, impresionismo, pensamiento, sentimiento y cadencia- es J. de Baroncelli (12). Es imposible poner como ejemplo una sola de sus películas. El rey del mar, El retorno a los campos, e incluso Ramuntcho son trabajos imperdonablemente pésimos. Se ve en ellos la posibilidad de una realización personal, una creación equilibrada, de un vistazo crítico y pictórico casi inesperado. ¡Qué encuentre y se encuentre!

Dirigiendo las películas de otros no logrará encontrar su personalidad, pero dirige, dirigirá y nosotros esperaremos.

(…)

 (1) Fragmento del artículo Le Cinéma existe, de Louis Delluc, que fue publicado en Comoedia Ilustré en el año 1919. Comoedia Illustré era un suplemento quincenal del diario Comoedia, el principal diario cultural en Francia desde 1908 a 1936.

(2) Empresarios franceses que crearon grandes cadenas de distribución.

(3) Actores de teatro y cine franceses. Rigadin, personaje del slapstick francés de la época interpretado por el actor Charles Prince.

(4) Título original: The bargain (en francés, El juramento de río Jim, 1914) de Reginald Barker, primer western mudo interpretado por William S. Hart.

(5) Los títulos de las películas no indicados en notas proceden de la traducción francesa y pueden no coincidir con el título original del film.

(6) La estafa, 1915, realizado por Cecil B.de Mille (Título original: The Cheat)

(7) Il fuoco, 1916, de Giovanni Pastrone. Il fauno, 1917, de Febo Mari.

(8) Max Reinhardt (1873-1943), renombrado director de cine y productor teatral de origen austríaco.

(9) André Antoine (1858-1943), director de cine y teatro, considerado el padre de la dirección teatral contemporánea en Francia.

(10) Intolerance, 1916, de D.W.Griffith

(11) Thomas Harper Ince (1880-1924), actor, guionista, productor y realizador de cine americano.

(12) Jacques de Baroncelli (1881-1951), guionista, director y realizador de cine francés de origen florentino.

Los carteles no figuraban ni en la edición original ni en la web de La belle équipe, y han sido añadidos para la publicación de la traducción.