«El camino de la representación del hombre…» (1920), de Carl Theodor Dreyer

«El camino de la representación del hombre…» (1920), de Carl Theodor Dreyer

El cineasta danés Carl Theodor Dreyer  (1889-1968) nunca dejó de desarrollar una reflexión escrita sobre su oficio. La cuestión de la superación del realismo es el centro de este artículo de 1920 que subraya la aportación del cine americano y lo confronta con la exigencia de una “representación del hombre”, -de la que Sjöström, dirá más tarde Dreyer, es el verdadero artífice-.

El camino de la representación del hombre… (1920)

Las mejores películas americanas han aportado tres elementos esenciales: el primer plano, la creación de modelos, y el realismo. Ya conocíamos el procedimiento que consiste en interrumpir un plano general para mostrar un rasgo importante en primer plano, pero nadie tenía el valor de utilizarlo por miedo a crear confusión. Los americanos nos enseñaron a servirnos de los primeros planos de manera que no produjeran confusión sino movimiento.

No es difícil señalar la importancia de esta pequeña modificación: en un plano general, era necesario que el actor gesticulara, que utilizara todos los recursos de la mímica. En el primer plano que revela el mínimo gesto, los actores se veían obligados a interpretar de forma natural y auténtica. El tiempo de la caricatura, de la mueca,  había cesado. El cine había encontrado el camino de la representación del hombre.

Esta reforma está relacionada con el esfuerzo consciente que hacían los americanos para otorgar a sus películas un carácter realista. Pensaban que ningún sacrificio era lo bastante grande como para obtener este resultado. Se buscaba con el mayor cuidado hacer verosímil el mínimo detalle de cualquier película. Todavía se iba más lejos; se buscaba un ojo sagaz, capaz de discernir para cada personaje al tipo que encarnaba la idea que uno se hacía del mismo,  y esto era así tanto para los pequeños papeles como para los personajes protagonistas.

Gracias a este hecho,  con frecuencia algunos secundarios han quedado grabados en nuestra memoria: ¿quién no recuerda a la centinela de El Nacimiento de una Nación (1)?

Uno podía creer que, con todas estas cualidades, el cine americano había logrado la perfección, y sin embargo, ¿no es cierto que faltaba algo?

Todo era tan auténtico, tan verdadero, tan verosímil, y sin embargo, no era sencillo creer en ello. El espectador continuaba interesándose a menudo,  impresionado, en ocasiones atrapado. Un demonio nos susurraba al oído: ¿es tan solo una cuestión de técnica?

Era el espíritu lo que faltaba.

(1) The Birth of a Nation, D.W.Griffith, 1915.