Carta a Kon Ichikawa, por Michelangelo Antonioni

Carta a Kon Ichikawa, por Michelangelo Antonioni

Roma, 17 de diciembre de 1962

Señor Ichikawa,

La correspondencia con usted es algo extraordinario para mí. Permítame explicarle la razón partiendo de lejos, de un recuerdo de infancia, uno de los escasos recuerdos que conservo. Tendría entonces siete u ocho años, y todavía vivía en Ferrara, una pequeña ciudad de la llanura del Po. Un día delante de mi casa vi pasar un coche lleno de japoneses (o de chinos, en aquella época no me parecían diferentes). Eran muchos, amontonados unos sobre otros, de edades y sexos diferentes: niños, ancianos, hombres, mujeres, un curioso muestrario asiático. Todos me parecían iguales con sus rostros pegados a las ventanillas del coche, mirando hacia fuera con sus ojos oblicuos; mirando mi calle, mi casa, quizás mirándome a mí mismo, con la misma curiosidad con la que yo los miraba.

Por un instante una imagen cruzó mi mente con rapidez, y fue lo bastante intensa para dar cabida al mundo entero a través de la idea de China, de Japón, de Asia.

Por primera vez tuve una idea del mundo, es decir de mí mismo.

Ahora estoy aquí escribiendo a un director de cine japonés que a su vez me ha escrito una carta en la que habla de mis películas con un lenguaje en el que sería difícil encontrar algo exótico, ni rastro de ese famoso “perfume de Oriente”. Su carta, Señor Ichikawa, y la de la señora Okuyama, son las cartas de dos personas como yo, en el sentido en que tenemos los mismos problemas. Si las cartas no tienen la misma sensibilidad, todas buscan un punto de encuentro partiendo de educaciones diferentes.

Por ejemplo, me parece sorprendente la semejanza entre el final de El eclipse y su “haiku”. He visto una sola de sus películas, El arpa birmana, la única que ha llegado a Italia si no recuerdo mal. El descubrimiento del cine japonés, nadie lo niega, ha sido en occidente el hecho cinematográfico más importante de los últimos años. El arpa birmana es uno de los títulos que regresa con mayor frecuencia a los debates y a los artículos sobre el cine japonés.

Es una película calmada e intensa, en la que no encuentro esa mezcla de paroxismo y refinamiento, extraordinario incluso, típico de otras películas japonesas. Es una película que cuenta una historia muy extraña para nosotros, y nos hace comprenderla en toda su dolorosa humanidad.

Nos ofrece imágenes trágicas y violentas, y sin embargo, ni la violencia ni la tragedia repercuten en nuestra alma, sino más bien el pudor de quien las observa, el sentimiento de una paz vulnerada.

Es una película limpia y sincera, ahí radica su fuerza. No sé decirle nada más, porque como siempre me resulta difícil hablar de una película que amo: me parece que cada descripción se convierte en algo ordinario y grosero, mientras que su película provoca en el espectador todo lo contrario, una gran emoción.

Me doy cuenta perfectamente de los problemas en los que usted se debate a causa de la situación de monopolio de la producción en su país. Pero precisamente en esta situación es muy importante que haya logrado regalarnos películas de un nivel artístico tan elevado. Puedo imaginar el esfuerzo que le ha costado realizarlas.

Nosotros todavía no padecemos la ley del monopolio, a pesar de que ya se puede constatar una fuerte tendencia por parte de las tres mayores sociedades de producción.

No es un mal menor porque, en la relativa libertad que disfruta nuestra producción, florecen las iniciativas más extrañas y menos saludables que no solamente afectan a la economía sino también al público, que se habitua a la falsificación, y en el que se despiertan los peores instintos. La mala moneda siempre expulsa la buena(1).

Temo, en un momento tan particular como el que atravesamos, en el que el cine busca nuevos caminos para adaptarse a las exigencias y a la condición psicológica y sentimental del hombre de hoy, en un momento en el que el público comienza a distinguir, a elegir, a orientarse hacia un cine de calidad, temo que el avance masivo del cine malo, el de las falsas películas históricas -qué idea tan terrible de la antigua Roma tiene que hacerse usted al verlas-, el de los falsos documentales -ahora y siempre inspirados en el exotismo-, el de los falsos reportajes de viaje, -donde con la excusa de mostrar cómo se vive por ahí o cómo se divierten en el mundo sólo hacen apología del vicio, de la corrupción y de la vulgaridad-, temo que el mercado quede reducido a un mar de mediocridad en el que las escasas obras serias flotarían como flota un corcho antes de terminar podrido en cualquier cavidad rocosa. Y las películas, en un museo.

¿Debemos aceptar que este sea el destino de nuestro trabajo? ¿Debemos renunciar a la búsqueda de un diálogo continuo y renovado con cada categoría de espectadores? ¿De qué serviría entonces esa búsqueda cotidiana, el esfuerzo de pensar las cosas hasta el final?

No sé decir lo que me lleva a hacer cine ni lo que he buscado en el cine hasta el día de hoy. Le aseguro que no se trata ni de dinero ni de gloria. Evidentemente, es muy placentero que mi nombre sea hoy conocido en Japón y en otros lugares, pero yo no comencé mi carrera con esta intención.

No obstante, puedo decirle, intentar decirle, lo que me gustaría que fuera el futuro. Me gustaría llegar a comprender mejor el conjunto de las cosas y de los seres humanos entre esas cosas para expresarlo mejor en la pantalla. Si miro a mi alrededor, veo imágenes de las personas cada vez más abstractas, más alejadas de las de las imágenes que yo tengo en mente.

Me gustaría comprender el porqué de este éxodo. Me gustaría lograr retener en mi mente todo nuestro mundo, si es que ese mundo existe. Espero que estas ambiciones no le parezcan demasiado elevadas por mi parte, y por consiguiente erróneas. Me considero alguien que estudia el cine y que busca a dar mediante el cine lo mejor de sí mismo.

Señor Ichikawa, le envío mis saludos y mis mejores deseos para el nuevo año.

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(1) N.T. Ley de Gresham, comerciante y financiero inglés del Siglo XVI

Esta carta de Michelangelo Antonioni, escrita en francés, fue publicada en la revista italiana Cabiria. Studi di cinéma, número 190-191, septiembre 2018-abril 2019, gracias a la señora Kayo Adachi-Rabe.

Publicada en la revista Trafic, número 114, verano de 2020.