Cannes 2018: «Petra», de Jaime Rosales

“No hay un solo tema en Petra. Cada espectador lo definirá para sí mismo. Pero la identidad es importante. También el destino y el enfrentamiento entre el bien y el mal. La trama está impregnada de un hálito trágico a lo largo de todo el metraje. Si tuviera que resumir la temática de Petra, diría que es una película de búsqueda y redención.”(1)

Jaime Rosales ha vuelto de nuevo a Cannes. Su primer largometraje, Las Horas del Día, fue premio Fipresci en la Quincena de los Realizadores en 2003. La Soledad se presentó en el año 2003 en la sección Un Certain Regard. También sus filmes Sueño y Silencio (2012) y Hermosa Juventud (2014) se estrenaron aquí.

Me gustaría no desvelar siquiera el argumento. Porque Rosales, que experimenta continuamente con la forma, nos regala una composición temporal de una belleza extraordinaria. Y no saber nada, nada de nada de la trama, otorga al desarrollo de la película y a la emoción del espectador una fuerza inusitada.

En el coloquio posterior a la proyección en Cannes, y desvelando su método de trabajo, el director insiste en los continuos ensayos, haciendo las repeticiones necesarias hasta que los actores han interiorizado sus personajes de tal modo que, cuando la escena se filma, el guión desaparece y los diálogos son otros. Son los personajes descritos quienes al fin se encarnan en las voces y los gestos de los actores. Las escenas crean un mundo propio a partir de esa escritura inicial, pero en ellas prevalece la espontaneidad por encima de todo.

La gran Marisa Paredes ha confesado públicamente en el Teatro de la Croissette esta mañana que ha sido muy enriquecedor trabajar con Rosales, y que sus ensayos han sido sorprendentes.

Expresa Jaime Rosales la intención dramática del texto, en el que subyace la idea de tragedia griega, donde la sucesión hechos-deseos-consecuencias, viene determinada por una cierta fatalidad de destino. Pero todo su trabajo, según sus propias palabras al final de la proyección se asienta sobre dos pilares: el dramatúrgico (que permite el desarrollo del conflicto y los personajes) y un segundo aspecto, esencial, que es el fílmico. La pregunta es una: ¿qué puede hacer el cine para dar vida a este conflicto?

Aquí entra en juego toda la sabiduría, todas las señas de identidad del director. Esta búsqueda de los recursos fílmicos necesarios para expresar el conflicto en Petra, mantiene fuertes vínculos con otras películas anteriores del cineasta, no sólo en la elección de los actores sino esencialmente en la obsesión confesa de Rosales por el transcurso del tiempo en aquellos lugares donde los humanos ya no están, donde ya no se comparte ese tiempo común.

Esos espacios en los que discurre el tiempo de la ausencia es un rasgo que comparte con Ozu. Porque el maestro japonés también filmaba los espacios de la intimidad vacíos; la cámara permanecía en ellos de un modo menos señalado que en el cine de Rosales. También en sus encuadres tímidos los protagonistas solos, enmarcados por las puertas de las habitaciones, continuaban silenciosamente con sus rutinas diarias.

Pero en Petra, la cámara de Rosales es además pura magia. No era necesario que lo desvelara él mismo, pero hermosamente se ha referido a “la mirada del ángel”: esa certeza de que las cosas suceden por mediación de algo que no es del todo humano, esa compañía invisible, divinidad, ángel o fantasma… Esta es su cámara. La cámara y con ella, los lugares y las cosas, que guardan eternos el secreto de la tragedia. Lo inmanente del ser frente al desastre, y cómo no, frente a los instantes amorosos tan bellos que protagonizan Bárbara Lennie y Alex Brendemühl. Toda mi admiración hacia este último, uno de los grandes actores de nuestro cine. No se la pierdan.

(1) Fragmento de las declaraciones de Jaime Rosales para el dossier de prensa

Esmeralda Barriendos para www.zinema.com