Cannes 18: «Dead Souls», de Wang Bing (fuera de concurso)

En la provincia de Gansu, en el noroeste de China, los huesos de innumerables prisioneros fallecidos a causa del hambre hace más de sesenta años están esparcidos por el desierto del Gobi.

Tachados de “ultra-derechistas” durante la campaña política contra algunas gentes conservadoras en 1957, la inmensa mayoría murió en los campos de concentración, -denominados por el poder como campos de “reeducación”- en Jiabiangou y Mingshui.

La película, tan hermosa y tan dolorosa a un tiempo, nos propone un encuentro con los supervivientes de la barbarie: quiénes fueron estos desconocidos que narran ante la cámara las penurias que sufrieron, y cuál fue su desgraciado destino.

Este encuentro con el espectador fue filmado por el maestro Bing a lo largo del tiempo; al menos más de una década transcurre entre algunas de las entrevistas y su proyección hoy. Uno de los protagonistas, fue internado en uno de los campos exactamente tal día como hoy, -el de la proyección en el Festival de Cannes 2018-, hace 50 años.

Filmado con ese amor y esa cercanía de la que fueron precedentes, – al menos para la que esto escribe- los retratos de mujeres que registró la cámara de Alain Cavalier, las ocho horas de proyección transcurren en un estado de revelación del que sólo cierto cine es capaz; terroríficas son las descripciones de la mayoría de los supervivientes, salvados en su mayoría por trabajar en las cocinas, donde robaban un poco más de alimento, cantidades miserables.

La cámara de Bing les otorga el tiempo necesario para que sean sus gestos, sus rostros, los que nos sacudan con esa verdad del ser humano en su intimidad más impúdica y vulnerable. Así, la confesión no se limita en realidad a una exposición de los hechos, sino una suerte de almas desnudas.

Era tanto el hambre que los propios internos, que terminaban por dormir en pequeñas cuevas (trogloditas, eremitas) excavadas con sus propias manos, ocultaban la muerte de sus compañeros para obtener una ración extra de alimento. Esta declaración es en cierto modo similar a la del tirano de la gran novela de Gogol, Almas Muertas, de la que quizás toma el nombre sin saberlo. Aunque con un fin muy distinto, el Kane de Gogol compraba los nombres de los campesinos muertos para que el estado le asignara una extensión mayor de terreno.

Me invade una sensación extraña, por partida doble. Todos estos ancianos hablan de su suerte, puesto que salieron con vida de semejantes actos de crueldad. Pero cuando la cámara de Bing los muestra hoy, nos desvela que todos han muerto, que este discurso tan intensamente doloroso, tan revelador de una deshumanización absoluta, ha concluido para siempre. “La vida es un circo”, afirma uno de ellos.

Por otra parte, el film muestra con certeza que la fuerza del pensamiento de algunos de los supervivientes mantiene una estrecha relación causa-efecto con el hecho de seguir con vida: la mente vuela por encima de los acontecimientos. Esas declaraciones extraordinarias tan vinculadas al pensamiento mágico, – a la fe, al destino, al amor-, son las que les han permitido volver a estar hoy aquí, en la sala de la Soixantième de Cannes, entre nosotros. Perdurarán en nuestra memoria.

Esmeralda Barriendos para www.zinema.com