Acerca de «Histoire(s) du cinéma», de Jean-Luc Godard, por Esmeralda Barriendos
La Historia del Cine no debería ser la historia de los cineastas, de sus pasiones y las de sus equipos, actores, actrices o técnicos. Tampoco la de la taquilla de sus filmes, ni la de la benevolencia, la fascinación o la insidia de los críticos, sino una Historia del Espíritu como productor o consumidor de imágenes.
Esa historia podría llevarse a término sin mencionar a un solo cineasta.
Esta propuesta de Paul Valéry respecto a la producción literaria a comienzos del siglo XX fue actualizada por Godard décadas más tarde, llevando a cabo una historia del cine, su película Histoire(s) du Cinéma realizada entre los años 1988 y 1998, en la que las imágenes generadas por el cine en sus primeros cien años de vida son la materia prima del relato.
La incomprensión de buena parte de la crítica intentó poner en relación las Histoire(s) con los métodos de clasificación y estudio del cine que le precedieron en el tiempo, -teorías del montaje, catálogo de géneros o tendencias-. Para otros, su visionado se constituyó como una acumulación de citas, una gran apuesta en la que poner a prueba los conocimientos propios mediante el reconocimiento.
Episodios o fragmentos de un poema infinito, al modo en que Shelley imaginó la poesía, así se mostraba ante el espectador la Historia(s) del cine de Jean-Luc Godard, quien parece recoger la idea del pasado de Walter Benjamin, imagen-relámpago que no puede retenerse, un destello que desaparece para no volver a ser visto.
La visión pesimista del devenir como un ciclo incesante de desesperación que late en las tesis de Benjamin sobre la historia constituye el texto fundador del trabajo de Godard desde hace décadas.
Para Benjamin, las verdaderas imágenes del pasado transcurren rápidamente. Godard creó lo que él denomina “la verdadera historia del cine, la única” sobre los cimientos del discurso del filósofo alemán.
Estas palabras que introducen el film de Godard, – (introduction à une véritable histoire du cinéma, la seule, la vraie)-, anticipan una combinatoria de montaje y sobreimpresiones fulgurantes donde las imágenes emergen en la superficie del plano como salvadas del río del olvido, imágenes dialécticas, estratificadas, que conforman un lenguaje que descifra el pasado.
Godard como Benjamin se apropia de algún modo de la máxima de las Confesiones de San Agustín: un viaje desde el presente de las cosas pasadas (la memoria), nos conduce al presente de las cosas presentes a través la visión, -cualidad profética del presente-, hasta el presente de las cosas futuras que conforman la expectación, la salvación de la humanidad. El recuerdo de un instante de vida aflora como emerge una imagen de las profundidades de otra. Elogio no intencionado de la transmisión.
En las Historia(s) del cine, y siguiendo a Alain Bergala (1), Godard regresa al pasado sobre sus propios pasos, un retorno articulado en tres ejes: el pasado de la historia, -de la historia del siglo XX al que pertenecen las imágenes filmadas-, el pasado del cine y el propio pasado del hombre, una suerte de búsqueda del tiempo perdido hasta su infancia junto al lago.
Godard aventurero, descubridor de los límites del universo cinematográfico. Olvidada la industria del cine y las superproducciones, la búsqueda incesante de una unidad mínima de sentido que vincule imágenes y pensamiento de algún modo le aproxima a Oteiza. El viaje al pasado del escultor vasco le condujo hasta la prehistoria; el también declinó su interés por la producción escultórica en favor de la poesía y el lenguaje, y halló lo que denominó “sonemas”. Así Godard afirmó que las lecciones de Jakobson en Nueva York eran el mejor libro de cine…
Para ambos artistas, imágenes y pensamiento, -poético, simbólico-, son indisociables.
Godard cierra la historia del cine sobre sí mismo con el texto de Coleridge que rescató Jorge Luis Borges y que dice así: «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… entonces, ¿qué?».
Y Godard, añade, a modo de epílogo: “Ese hombre fui yo”.
Un buen momento para volver a verlas.
Navidad 2020. Esmeralda Barriendos
Este artículo ha sido posible gracias al extraordinario libro de Alain Bergala, “Nul mieux que Godard”, publicado en el año 1999 por la colección de ensayos de la revista Cahiers du Cinéma, y en concreto, el capítulo cuatro, “La historia y lo sagrado”, dedicado a esta obra magna cinematográfica. Existe una traducción de Jos Oliver publicada por Paidós, “Nadie como Godard”, del año 2003.