Cuarto film del joven cineasta nacido en Montreal (Canadá), Kim Nguyen, REBELLE ha tenido el honor de cerrar la Competición Oficial por la puerta grande. Por la puerta grande y desgarradora de un umbral que, de inmediato, nos asoma al epicentro del horror humano: el instinto maligno del hombre llevado hasta sus más repugnantes consecuencias. La guerra en el lado más feroz de su ya inherente e insana ignominia: grupos de mercenarios terroristas africanos capturando niños para aleccionarlos en beneficio de sus tropas asesinas.
La secuencia de apertura es inhumana, frontalísima, impositora de una conmoción que ya no abandona jamás la atención del espectador: sin más dilación que unas breves imágenes de la protagonista, en las que vemos como le están haciendo unas trencitas en el pelo, con, superpuesta, una voz en off que exhorta una especie de confesión estimulatoria sobre un motivo de supervivencia, ya, a continuación, se nos sitúa en pleno ataque de un grupo armado que, en canoas de madera motorizadas, desde un río, irrumpe en la tranquila pobreza de un pequeño y pobre poblado.
Confusión, tiros, intentonas de huida, cuerpos abatidos, la joven es atrapada y, de súbito, una imagen nos la muestra a ella llorando, mientras el comandante de los cruentos asaltadores la sitúa en el más atroz de los dilemas: le da una metralleta y la obliga a matar a sus padres, amenazándola de que si no lo hace ella así, lo hará el a golpe de machete. Ella se niega. Los padres se lo imploran. Entonces Komona, ese es su nombre, aprieta el gatillo.
Desde ahí en adelante, el severo posicionamiento del realizador canadiense no va a hacer sino ser la sombra de Komona en su obligatorio itinerario militar, homicida, superviviente. Nguyen cuaja una hondísima radiografía de esa inocencia masacrada por el íntimo convencimiento de una persistencia que habrá de ser lograda a cualquier precio. La cámara se adhiere tanto a la joven africana que casi podríamos decir que se convierte en su aliento.
REBELLE es el frontal retrato de una valiente con causa, situada en los estercoleros del mundo. Cámara en mano, dejando que la luz, el miedo, los olores, la incertidumbre, las aguas, la pobreza y la masticable sabiduría ancestral configurada por el violentísimo enclave congoleño arrasen de verosimilitud nada tramposa todos y cada uno de los planos que componen su película, Kim Ngyen ha pergeñado un film que escuece cual boca de rifle recién disparado a bocajarro.
El periplo hasta el final describe el desalentador estado de las cosa en buena parte de África. Ngyen evita la tentación de un presumible maniqueísmo permitiendo a la cámara una nerviosa transparencia escenográfica, a través de la cual se filtra la sinrazón onerosa imperante. A la verdad, a veces, no le queda otro camino más que dispararse. REBELLE va directa a la sien de su objetivo.