El Festival ha sido inaugurado con buen pie. Y eso que hacer olvidar el formidable film que tuvo la responsabilidad de figurar como colofón cinematográfico, dentro de la gala de inauguración del año 2011, era tarea francamente imposible. El año pasado la Berlinale arrancó con VALOR DE LEY, el soberbio western de los hermanos Cohen.
Este año la responsabilidad ha recaído en un interesante film histórico francés. El siempre exigente cineasta galo Benoît Jacquot ha presentado LES ADIEUX Á LA REINE (“Fairwell my Queen”), una atractiva y original aproximación a un hecho del que el cine ha dado nutrida y variada cuenta: la conocida suerte final de la reina María Antonieta.
Lo original de LES ADIEUX Á LA REINE es el punto de vista elegido para narrar los hechos de sobra conocidos por todos. El film impone como prisma mediante el que acercar al espectador hasta la tragedia de la joven monarca la presencia de la joven Sidonie, la lectora privada de la reina. Sidonie es la auténtica protagonista del relato. Jacquot se adhiere al itinerario privilegiado de este personaje dentro de las estancias palaciegas. La joven depara un jugoso emplazamiento pues, por un lado, sirve para que la cámara recorra los interiores menos suntuosos de Versalles y, por otro, permite vislumbrar el aislamiento personal en el que transcurría la existencia de la esposa de Luis XVI.
La joven se confirma como un elemento de transición entre esa alta aristocracia despreciadora de las demandas sociales de un pueblo que decidió levantarse para ajusticiarlos y entre este mismo populacho revolucionario: Sidonie sí da muestras de enterarse de los riesgos inminentes de una masa enfervorecida en contra de su venerada alteza. Lo curioso es asistir a cómo el mismo personaje va a ir comprobando y utilizando en beneficio propio esa privilegiada ubicación, a la que, dentro de la historia, y dado el convulso desarrollo de los hechos externos a palacio, va a ir adaptándose.
El elemento más arriesgado de la función lo componen los apuntes amorosos que va desvelando la historia. El hecho de que Sidonie (perfecta Lea Seydoux) tenga acceso a las habitaciones privadas de la reina le permite a Jacquot un jugosísimo apunte: la relación amorosa de la reina con una de sus protegidas de la corte.
El realizador aprovecha este descubrimiento, pero no lo hace jamás en calidad de elemento morboso, forzado, gratuito o estrambótico: queda emplazado como sorpresa y como elemento catalizador de una carnalidad femenina latente, que Sidonie también utilizará como baza, gracias a la cual se jugara una inesperada resolución.
Jacquot se mantiene muy riguroso en la decisión de mantener en el off visual cualquier conato de violencia histórica. Los ecos de la revolución en las calles de Paris son mostrados en calidad de noticias luctuosas, temidas por todos los habitantes de palacio. La desesperación se mascará entre miembros de la corte, cargos de confianza, y siervos: cada uno intentará salvaguardar su propia supervivencia. El autor de VILLA AMALIA mantiene siempre una turbia incertidumbre escenográfica, en la que no hay asomo alguno de estilizamiento.
En definitiva, uno de los mejores trabajos hasta la fecha de un cineasta imprescindible dentro del panorama galo actual.