Pintoresco, estimulante y fallido film indonesio el que nos ha traído Edwin, joven realizador de aquel país asiático, que, en el año 2009, se alzó con el codiciado Premio Fipresci que se otorga en ese referente del cine documental e independiente que es el Festival de Rotterdam.
KEBUNG BINATANG es de esos films que, desde el primero de sus planos, se muestra muy complacido por situarse en el filo de la navaja. Esto es, de esa clase de riesgos fílmicos que, cabalgados sobre un rápidamente expuesto aliento mágico y lírico, no dejan de mecerse en una historia urdida a golpe de simbolismos, de fugas de lo evidente, de tajantes evasiones tanto de la realidad, como de la imagen misma proyectada en la gran pantalla.
Las primeras imágenes del film nos presentan a una niña perdida en un zoo. A continuación, tras un importante salto temporal, asistimos a la observación de la que podría ser esa pequeña unos veinte años después. La joven se llama Lana y es una entusiasta amante de todos los animales del zoo de Yakarta, en especial de una enorme jirafa, a la cual demuestra una sentida predilección.
En éste primer tramo del film la narración no existe. El fluido de sugerentes imágenes es acompañado de las curiosas especulaciones y pensamientos que expresa Lana, y de la presentación de unos pintorescos personajes, todos ellos relacionados con la cotidianeidad del zoo. Se va cociendo una extraña reflexión en torno a la acción animal de mirar y de ser mirado: el ser humano, en el fondo, como rareza inconsciente habitando su propia jaula.
Las imágenes de las jaulas de los animales, del cuidado que se les brinda, de la multitud paseando, de las distintas atracciones, del tupido elemento floral del entorno, en lugar del pensable tono festivo que debieren imponer, destilan una cierta inquietud, pues rezuman más soledad que algarabía festiva.
De súbito, la aparición de un curioso personaje dará un vuelco a lo expuesto: un extraño mago, vestido de vaquero, que cautivará la atención de Lana, hasta el punto de abandonar el zoo y seguirle en calidad de acompañante de sus números. Aquí Edwin abusa de las habilidades que le dispone este personaje: la magia se hace elemento demasiado evidente, puesto que la atmósfera deslizante, ingrávida y sinuosa lograda en el zoológico durante el primer tercio, ahora se patentiza con demasiada facilidad. Es un elemento que por abuso de convocación abunda, reitera, encorseta la sugerencia anterior.
No contento con esto, el film aún se enrolará en un meandro mucho más estrambótico: Lana irá a parar a un club de masajes para hombres, en el que seguirá acreditando su capacidad ensoñativa, adquirida en el trato humano que le ha dispensado siempre a sus queridos animales cautivos.
Edwin depara un curioso paralelismo entre éstos y los clientes de Lana. Las escenas de la protagonista empleándose sobre sus clientes o la de estos en la piscina interior remiten a la extraña animalización primera. Por momentos se podría llegar a pensar que todo lo mostrado hasta ese momento pudiera pertenecer a la fantasía de una masajista que, mediante esa facilidad evasiva, se desentendiera de su trabajo.
Un film irregular, con altibajos, pero que, en modo alguno, cabe tildar de improductivo o de caprichoso.