Hasta hoy mismo, Bence Fliegauf era uno de los nombres más prometedores del panorama del cine húngaro contemporáneo. Tras ver JUST THE WIND, nos causa una enorme gratitud reconocer que nos hallamos ante una de las miradas más duras que posee el cine europeo actual. Su film es un mazazo en el pómulo, una pedrada en la conciencia, un latigazo de miserable verdad.
El film aborda un tema bastante nauseabundo: la oleada de homicidios que ciudadanos rumanos está sufriendo a manos de ciudadanos húngaros; la fatal acometida de esa flagrante vileza que es la justicia por la mano, a placer de capricho superior, en la carne deshauciada de seres humanos que tienen muy poco más que nada. Una lacra que el gobierno actual de aquel país no está sabiendo atajar. En el último año, son varias las víctimas mortales de esas cruzadas xenófobas que intentan amedrantar a ese colectivo para obligarlo a que se marche de Hungría.
Fliegauf pone su cámara al servicio de una cruda observación: la de los tres miembros de una familia de rumanos que vive en una chabola, sita en el interior de un bosque. Una mujer que trabaja como empleada de limpieza, su adolescente hija y su desobediente hijo menor. El padre está trabajando en Toronto. Ante la incertidumbre de la integridad de su vida en el dentro de las lindes del hoy ultraconservador estado húgaro, están todos decididos a partir hasta allí. El precario estado de salud del padre de la matriarca parece ser el único obstáculo para no hacerlo de inmediato.
El realizador se muestra muy tajante en la concreción de la presurosa máxima intencional que gobierna la globalidad de la obra: que la cámara se adhiera tanto a lo precario de las condiciones de vida de los protagonistas, como a captar el pánico ante la amenaza de un ataque de los asesinos que acaban de matar a todos los componentes de una familia vecina. El film arranca, precisamente, con un plano secuencia del niño paseando por un zona arbolada, que concluye en el cementerio en el que está teniendo lugar el entierro.
A tal efecto cabe concluir que Fliegauf logra su propósito. JUST THE WIND hiede, suda, expele una verdad de inusitado poderío alumbrador y siniestro. El húngaro, mediante una iluminación que abunda en claroscuros de interior, un palpitante uso de la cámara en mano, un tenso seguimiento a los personajes y, sobre todo, la abolición del más mínimo escape sentimentalista, consigue que el espectador sea consternado testigo directo de la nerviosa penuria atacada, en la que se hallan inmersos sus personajes.
El hilo narrativo urdido es muy escueto: la contemplación de las acciones de los tres protagonistas durante un día que podría ser cualquiera, pero que la mentada primera escena del film nos escenifica como el posterior a la sepultura de la familia vecina, recién asesinada. La madre va a su trabajo, la hija mayor acude a la escuela y el pequeño decide no ir a ella.
El posicionamiento de Fliegauf es severísimo: jamás cesa en lo estricto de su supurante prontitud: cuerpos durmiendo en una misma cama, seres humanos babeando una miseria infectada de drogas, intimidaciones de raza blanca, la inmundicia cotidiana de desheredados en el punto de mira de alguien que desea su huida o su aniquilación.
El realizador aprovecha al máximo el calor ambiental reinante. La luminosidad pesa en el transcurrir de los personajes. Se acumula un irrespirable tono amenazador que salpica a los tres protagonistas: el gesto siempre adusto de la madre, el plano de la hija viendo mediante internet la radiografía del cráneo acribillado de una las anteriores víctimas, el cerdo muerto que el pequeño entierra.
JUST IN THE WIND es un furibundo, brutal, desesperado, necesario martillazo fílmico, que, implacablemente sacude el consternado ojo espectador con uno de los finales más demoledores visto en los últimos tiempos.