Notable film histórico el que nos ha deparado el pulcro clasicismo adoptado por el danés Nicolaj Arcel en esta sólida A ROYAL AFFAIRE. En ella, Arcel traslada al espectador hasta la Dinamarca del siglo XVIII, durante le mandato del delirante y enfermo Christian VII. Un crucial momento de la historia danesa, que desarrolla, con mucho detalle, la subida y caída en desgracia de su médico mental, el físico germano Johann Friedrich Struensee.
El film urde un atractivo fresco investigativo en torno a la llegada del pensamiento ilustrado a ese país y, sobre todo, la forma en las que los partidarios de éste intentaron llegar hasta las más altas instancias del poder para invertir el organigrama político social, hasta entonces en manos de la iglesia, la aristocracia y los poderosos convencidos de las formas medievales, sometedoras de la voluntad del pueblo. La fuerza de la razón tratando de hacerse valer entre los sedimentos seculares de más rancia, injusta e intolerante implantación. La nunca equilibrada pugna entre la luz de la modernidad y la oscura vejación del imperativo inamovible.
La película parte de un hecho nupcial: la boda pactada del Rey con la princesa Carolina Matilde. Ambos no se conocen. El rey es un ser con las facultades mentales absolutamente desquiciadas: un caprichoso ajeno a todo lo que tiene que ver con el ejercicio de su cargo, un bobo delirante incapacitado para tomar la más mínima decisión: un juguete en manos de la Reina madre y su grupo de oscuros privilegiados mandamases, celadores de unos privilegios de ellos y de unos pocos más-
La boda con la princesa ocasiona la decisión de que le sea buscado al rey un médico que le amaine lo voluble y excéntrico de su carácter. Ahí es donde los partidarios de cambiar el orden de las cosas ven la ocasión de incluir la culta, moderna, inteligente y profesional figura de Struensee.
A partir de este momento se teje una tupida red de planificaciones que dan con el germano en el puesto más alto del estamento gubernamental del país: una ola de libertad político-social irrumpirá tras las modernas leyes que el médico alemán irá dictando y haciendo firmar al encantado Rey.
Sin embargo, la película, paralelamente a la trama política que traza con impecable claridad, va dirimiendo una turbulenta trama amorosa: la que involucrará al médico con la princesa. De hecho, el film es el repaso memorioso de ésta, obligada a esclarecer unos hechos, mediante una carta escrita a sus queridos hijos.
El film es uno de esos firmes, apetecibles ejercicios narrativos en los que el peso de la historia no apabulla la verosimilitud de las relaciones entre sus personajes. No hay ápice alguno de acartonamiento. Es más, tampoco la impoluta frialdad de un típico producto británico de época, en el que está perfecta hasta la ausencia de riesgo.
Arcel, por el contrario, demuestra una sana pericia a la hora de hacer avanzar fluida e intensamente las dos líneas argumentales descritas, sin dejar de aprovechar la ocasión que le presta el patético infantilismo del monarca para sugerir una prudente mirada crítica a esta clase de figuras manipulables que ocupan, quizás por ello, un cargo que no merecen.
Soberbiamente interpretada por Mads Mikkelsen, A ROYAL AFFAIR no trata jamás de aportar una mirada experimental al género que transita, no combate conscientemente el transparente clasicismo histórico en el que se integra, pero sabe seguir a pies puntillas el canon de esa siempre apetecible regla que es hacer bien lo que uno se propone. Bastante para los tiempos que corren.