El cineasta filipino Brillante Mendoza es uno de los nombres propios que se disputa cualquier certamen cinematográfico de altura. En su primera participación en la Berlinale, el autor de LOLA nos ha deparado, quizás, la obra más intensa del certamen: un arriesgado film dramático, que, basado en unos infaustos hechos reales, da cuenta del secuestro de unos turistas extranjeros en un resort de la costa filipina, a manos de un grupo de integristas asiáticos musulmanes.
El realizador no tarda mucho en poner al espectador en situación: en la misma escena de apertura ya asistimos a los prolegómenos del asalto, mientras una mujer de mediana edad y una anciana llegan en barca hasta la playa del recinto hotelero. Instantes después, los terroristas comienzan su asalto.
Mendoza brinda una excelente escena de apertura, en la que se capta con todo realismo la tensión terrorífica que se apodera de las personas aprehendidas. Los huéspedes vistiéndose despavoridos, cristales rotos, gritos, confusión nocturna ante un atropello que apunta con ametralladora y exige mandato sometedor.
Semejante punto de partida escénico no va a ser abandonado en ningún momento: el film es un severo prodigio de captación ambiental. Cada uno de los espacios transitados por el periplo que va a iniciar el grupo protagonista de la historia (secuestradores y secuestrados) va a estar recogido con un grado de verismo que causa una penetrante angustia en el espectador.
CAPTIVE se centra en la convivencia que ambos bandos de la incautación mantendrán mientras dura el cruento itinerario, primero por mar, luego por tierra, a través de un siempre amenazante e inhóspito, territorio selvático. Mendoza no manifiesta ni un solo atisbo de conmiseración a su posicionamiento con la cámara. Ésta casi se diría que acata, siente y recela, cual si de uno más de los integrantes de la fatídica ruta.
La cámara es testigo, en todo momento, de la barbarie inhumana que demuestran los terroristas: un grupo de fanáticos religiosos, que sólo actúa movido por el dinero del rescate de cada uno de sus cautivos: el que paga se va; el que no, se queda sufriendo ese deambular desasistido, peligroso e incierto.
Resulta muy interesante el modo en el que Mendoza analiza la pasmosa insaciabilidad con la que los villanos van exprimiendo la solución lucrativa de todo el percance. La selva actúa como zulo, pese a que no cesan jamás las luchas con otras bandas de maleantes o el mismo ejército filipino: combates homicidas en el que nadie tiene en cuenta la indefensión de los secuestrados.
CAPTIVE supura sinrazón, pánico, incertidumbre, caos, desesperanza, impiedad, resignación, impiedad, fiereza animal y animalidad humana. Nos hallamos ante un film sudorosa, herida, impíamente pesimista. Sólo un cierto exceso de metraje impide que estemos hablando de una obra sobresaliente.
La radiografía de este grupo de seres sometidos al espanto de saberse moneda de cambio abatible en cualquier momento es notabilísima. Brillante Mendoza vuelve a ofrecernos un furibundo certificado de cómo se cuece la vida en los lares donde la violencia es norma, mandato y ley. Una crónica sucia, respirable y desquiciada del irresoluble mal anidado en los estercoleros de nuestro mundo. La degradación del ser humano cuando se concibe la dignidad como barro que chafar con tu suela.