Pedro Almodóvar vuelve a encandilar al Festival de Cine de Cannes y acude a la rueda de prensa acompañado por el reparto de Julieta, integrada por Emma Suárez, Adriana Ugarte, Michelle Jenner, Inma Cuesta, Daniel Grado y Rossy de Palma, y su hermano, el productor Agustín Almodóvar. Almodóvar asegura que, al contrario que otros directores consagrados, no tiene ningún problema con participar en la competición oficial de Cannes porque así demuestra que no es “una vaca sagrada” y añade que «Yo, de momento, no tengo el talento ni de Woody Allen ni de Steven Spielberg«, dos directores que han participado en el Festival con sus últimos trabajos, pero fuera de competición. «Ya que vienes a Cannes, yo prefiero hacerlo en competición. La película la van a ver los periodistas, va a recibir críticas y prefiero estar en competición porque es más excitante, demuestro que no soy una vaca sagrada, vengo a estar a la altura de las películas de competición«, destaca. La jornada se completa con la proyección de Personal Shopper, un thriller sobrenatural dirigido por Olivier Assayas y protagonizado por su nueva musa, Kristen Stewart, que encarna a Maureen, una joven estadounidense en París que se encarga del vestuario de una famosa. Aunque desprecia su trabajo, le permite pagar su estancia mientras aguarda a que se manifieste el espíritu de Lewis, su hermano gemelo, recientemente fallecido. La película es recibida con abucheos en el pase de prensa pero se destaca las actuaciones de sus protagonistas.
Personal shopper, de Olivier Assayas
Sección oficial. Por Esmeralda Barriendos
Maureen (Kristen Stewart) es una joven americana en París que se ocupa del vestuario de una celebridad. Detesta su trabajo, pero ella no encuentra nada mejor que le permita pagar el alquiler allí, mientras espera que se manifieste el espíritu de su hermano gemelo, Lewis, fallecido recientemente. Personal Shopper es una película de difícil clasificación, porque para los amantes del género de fantasmas o de suspense, no llega a adquirir el tempo necesario, dado que se emplea profundamente en lo cotidiano de Maureen, en su necesidad de ser otra. Maureen comienza a recibir mensajes de un desconocido que le lleva a enfrentarse con su realidad, ocupando el lugar de la celebrity para la que trabaja sin consecuencias. Estos dos hilos conductores, la búsqueda de contacto con el más allá y la vida como asistente personal y los mensajes al móvil, en lugar de converger, se separan de modo que la película resulta un tanto deslavazada, con un final que no convence en absoluto.
Me’ever laharim vegagvaot (Más allá de montañas y colinas), de Eran Kolirin
Sección «Una cierta mirada». Por Esmeralda Barriendos. Foto: Beatriz Moreno
El film comienza con una cita magnífica que hace alusión a la desesperación humana, pero nada de ello se encuentra tras ese primer fundido en negro que nos sumerge en la historia. Tan sólo una familia de clase media israelí que se aburre profundamente en su aburguesamiento más anodino. Es imposible no preguntarse qué queda de aquella magnífica realización con la que nos sorprendió Eran Kolirin en el 2007 con La banda nos visita y que nos hizo imaginar el surgimiento de un nuevo Kaurismaki israelí. No he de negar que hay rastro, pero son como las cenizas de un incendio. No sirven para sostener un guión pésimo: Una familia con dos hijos adolescentes muestra los pequeños dramas privados de cada uno de sus miembros (la jubilación anticipada del marido, la fascinación por uno de sus jóvenes alumnos en el caso de la mujer, y la rebelión de los hijos, próximos a políticas menos conservadoras y más progresistas, etc) Todo ello sin gracia ninguna, personajes dormidos en el fondo de sus ciénagas tan falsas como el cierre del film, un concierto en el que todos aplauden felices después de llegar hasta su propios límites, tan breves como la paciencia del espectador inteligente.
Caini (Perros), de Bogdan Mirica
Sección «Una cierta mirada». Por Esmeralda Barriendos
A la muerte de su abuelo, Roman regresa a las tierras propiedad de éste, que acaba de heredar. Está decidido a venderlas, pero sin embargo una serie de acontecimientos anuncian muy temprano al espectador que esto no va a ser posible, que esa apariencia de terreno donde apenas crece nada es sinónima de territorio sin ley, lugar de mafiosos donde el rey era el abuelo del protagonista. La realización es impecable: la elección de los rostros es tan acertada como si el recuerdo de Bresson hubiera conducido secretamente hasta todos y cada uno de ellos, hombres sin alma. La trama se desarrolla lenta pero progresivamente hasta el final, con la aridez del paisaje pero con la misma caricia de la luz sobre los arbustos que dibujan las colinas en su inmensidad. Banda sonora equilibrada y sostenida, vaya en estas líneas nuestra secreta ovación hacia lo que en palabras del propio director supone “este laberinto emocional y moral que alberga en su núcleo el conflicto más antiguo de todos: el hombre contra el hombre mismo”
Fuchi ni tatsu (Armonio), de Koji Fukada
Sección «Una cierta mirada». Por Esmeralda Barriendos
En un discreto barrio japonés, Toshio y su mujer Akié llevan una vida tranquila junto a su niña. Una mañana aparece en el taller de Toshio un antiguo amigo de éste, después de haber pasado una década en prisión. Toshio le ofrece empleo y alojamiento. Poco a poco, este hombre se inmiscuirá en la vida de la familia: enseña a tocar el armonio a la pequeña y seducirá a Akié, lo que desencadenará todo el drama objeto del film, en intrínseca resonancia con los aspectos más atávicos de la religión que profesa esta familia japonesa, la protestante. La metáfora del infierno, ese que de alguna manera alberga a las crías de araña que devoran a su madre,sirve para ilustrar una de las comidas familiares, y a un tiempo anticipa toda la culpa con la que cargan unos y otros en esta película. Un dominó de hechos dramáticos en exceso, y de personajes condenados a mecanismos de dolor exacerbados, hacen de este film una obra ciertamente grave e imperfecta.