Entrar en el Gran Teatro Lumière de Cannes para contemplar la obra póstuma de un gran cineasta, tan querido como lo era Abbas Kiarostami; todas las expectativas comienzan a disiparse lentamente, cuando las luces se apagan y la pantalla iluminada desvela el secreto mostrando una precisa declaración de intenciones del director.
“Cuando observamos un cuadro, solo vemos la escena que ha pintado el artista. Pero todo tiene un antes y un después”, decía el maestro.
Así que Abbas Kiarostami decidió realizar pequeñas películas de 4 minutos de duración para recrear ese antes y ese después de la imagen esencial. A modo de haikus visuales, – próximas a su film Five– , son 24 piezas que se enuncian como fotogramas, -frames-, una tras otra, con el solo intertítulo en negro que las anticipa. Un compendio de toda la sabiduría del cineasta, poeta, fotógrafo iraní.
Me gusta imaginar a Kiarostami durante la exposición de las Correspondencias que mantuvo con otro gran maestro, Víctor Erice, en el año 2006. En uno de los espacios de la misma, recuerdo una instalación ideada por este último muy emocionante, en la que algunos de los cuadros de Antonio López cobraban vida mediante variaciones en la iluminación de la sala y un abanico de efectos de sonido que recreaban el ambiente sonoro del lugar (la Gran Vía de Madrid o el entorno del membrillero). Era el origen mismo del cinematógrafo. Me gusta pensar que Kiarostami se inspiró en ese instante para realizar este trabajo, aunque ya nunca podré saberlo.
Así, el primer fotograma (Frame 1) es en realidad la imagen del cuadro de Brueghel El Viejo, Los cazadores en la nieve. Gesto premonitorio; lo que parece ser tan sólo un ejercicio bellísimo de reanimación, donde la vida se insufla cada segundo dentro de la imagen inerte de una pintura, es ciertamente el preludio de todo lo que el espectador observará a continuación.
El humo comienza a salir de las chimeneas, la nieve cae suavemente, los animales corretean sobre el manto blanco que recubre la tierra. La banda de sonido nos traslada hasta ese lugar. ¡Qué fuerza magnífica otorga el sonido! No sólo es imagen en movimiento, es también la fabulación a través de la escucha, la emoción de un paisaje sonoro que se constituye mediante la naturaleza orquestada. Imagen-tiempo.
Tras el preámbulo que supone la visión de esta primera película, las siguientes emergen en su mayoría de los paisajes nevados del fotógrafo Kiarostami. De algún modo, al comienzo hay una traslación desde el plano general del cuadro de Brueghel hasta los diferentes planos detalle del mismo, bajo la apariencia de películas. Es decir, ¿qué está sucediendo allí, en el instante mismo en el que los cazadores se aproximan al acecho, de la mano del pintor?
Las imágenes en blanco y negro, tan bellas, cobran vida una tras otra . En el cine de Kiarostami, el artificio está tan elaborado que el espectador puede llegar a creer que se halla ante «una toma de vistas» de las que nos regalaban los operadores de los hermanos Lumière, pero no es cierto. La sencillez aparente de sus películas «naturales«, por denominarlas de algún modo, procede de un trabajo complejo.
Existe una voluntad de conjunto que se desvela con una escucha y una mirada atentas.
Pero en casi todas ellas, películas que conforman un sentido homenaje a los 24 fotogramas por segundo que son el átomo del cine, la acción en off del hombre sobre la naturaleza termina por romper la escena. No aparece una sola figura humana hasta la película número 15-.
Recuerdo el penúltimo film como algo excepcionalmente conmovedor.
Así hasta el último de todos, entre luces y sombras, maravilloso laberinto de ventanas al mundo y declaración absoluta de su amor al cine, y a la vida.
Gracias, maestro. He olvidado cómo se decía en farsi.
Esmeralda Barriendos
Dedicado a Fernando Fuentes