Del chino Wan Quan´an ya conocíamos, gracias a la Berlinale, dos obras suyas. La atractiva y sensible LA BODA DE TUYA, que se alzó con el Oso de Oro en el año 2006, y APART TOGETHER, que hace dos años cosechó un Oso de Plata. En ambas, mucho más en la primera que en la segunda, acreditaba una serenidad contemplativa clásica, bastante singular dentro de un panorama asiático autoral, mucho más abonado a terrenos experimentales.
En esta ocasión nos llega con la que es, sin duda alguna, su obra más ambiciosa, BAI LU YUAN, una suerte de fresco histórico que, tomando como único enclave espacial, un pequeño pueblo agrícola, pretende abordar las cuatro primeras convulsas décadas del siglo XX chino. Un particular repaso a los acontecimientos que transformaron, en poco tiempo, una sociedad medieval, en la dictadura comunista más populosa y duradera del siglo XX.
El film pretende trazar un recorrido historicista, en el que concatenarán la caída de la última dinastía de emperadores, la llegada de la República y la toma definitiva del poder por parte del Partido Comunista. Todo ello, como ya ha sido dicho, desde el punto de vista alejado, inculto, arraigado en un pensamiento medieval inamovible, de los habitantes de una diminuta población, dedicada casi por entero al cultivo de grandes extensiones de trigo.
En cuanto a los personajes protagonistas, hay que decir que la narración nos presenta a las dos familias más poderosas del poblado: dos sagas unidas por sinceros lazos de amistad y respeto mutuo. Sin embargo, la llegada de una mujer forastera y la influencia de los virulentos cambios políticos que llegan desde la capital alterarán el sereno orden establecido durante años.
Reconozcámosle al realizador que su intentona es verdaderamente vasta en intenciones, pero digámosle también que su propuesta hace aguas cansadas por todos los lados. Quan´an utiliza más de tres horas para contar una historia que, además de por lo desproporcionado de su duración, fracasa por la ligereza con la que está tratado el cúmulo de acontecimientos que convoca el extenuante recorrido argumental.
De resultas de esa flagrante superficialidad caprichosa, la intrahistoria que se dispone a la relación de todos los personajes derrapa por una vertiente culebronera que tumba al más adicto de los seriales venezolanos.
Noblezas arcaicas reñidas con pensamientos jóvenes más acordes con los tiempos, amoríos condenados al destierro, ruralidad de tradiciones, venganzas a despecho, humillaciones físicas, devociones milenarias, descarrilan, pues la mayorías de las veces están hechas avanzar por capricho o por necesidad exterior de nula sutilidad.
La reflexión histórica, por lo tanto, perece entre tan abrumador material de derribo dramático. El atractivo de abordar la historia con mayúsculas, mediante las minúsculas circunstancias particulares de un grupúsculo endogámicamente construido durante cientos de años queda abortado por el cúmulo de vaivenes no bien justificados.
En fin, que a la hora y media, uno ya estaba deseando que, si el director, lo que tenía ganas es de hacer algo verdaderamente grande, más vale que se hubiera dedicado a hacer un rollito de primavera del tamaño de la Gran Muralla. Eso sí, luego que se lo hubiera comido entero. China tenía que ser la primera gran tortura que nos ha deparado el festival.